La primera conspiración internacional del amor

Nota previa: El siguiente artículo es una versión resumida de otro titulado “Prehistoria de Hebra”, de 23 folios de extensión y cerca de 100 notas bibliográficas. En él se trata de establecer la relación entre un proyecto nuevo que se está gestando según escribimos, Hebra, y un proyecto de más de 2.300 años de antigüedad, el Jardín de Epicuro. Hemos escogido este artículo para rematar el número de colectivizaciones por dos razones. La primera, porque en él se insinúa un tipo de colectivización que desborda los ámbitos estrechos de la política y la economía, una colectivización de la vida que implica una reconciliación con la naturaleza y una reconfiguración radical de nuestra concepción del placer. La segunda, porque habla del futuro, de lo que quiere nacer.

 LA PRIMERA CONSPIRACIÓN INTERNACIONAL DEL AMOR

«¡Qué gran multitud de amigos alojó Epicuro bajo su techo, a pesar de que su casa no era espaciosa; y qué estrechos lazos los unían en medio de aquella conspiración de amor!»[1]

¿Por dónde empezar la prehistoria de Hebra, la línea temporal de las comunidades que nos llevaron a ella? Dice Emilio Lledó que “desde la época de Homero, la búsqueda de un vínculo afectivo que enriqueciese las posibilidades de las relaciones humanas, más allá de los estrechos ámbitos del clan y la familia, es una constante de poetas y filósofos”. Podríamos irnos aún más atrás, a un tiempo anterior a los poetas, cuando las palabras apenas servían para indicar un árbol, la lluvia o el río. Pero hemos decidido que Hebra empezó a gestarse hace exactamente 2.324 años, los días en que Epicuro compró por ochenta minas[2] una casa y un huerto en las afueras de Atenas, cerca del Pireo. Allí “estableció secta propia llamada de su nombre”[3]. Los epicúreos filosofaban siempre que podían en el huerto, al aire libre, “de acuerdo con su deseo de que el sabio ame el campo”. Esta es la causa, probablemente, de que su proyecto fuera pronto conocido como el Jardín de Epicuro. A efectos jurídicos, el Jardín fue una “escuela” (como la Academia platónica o el Liceo aristotélico) aunque, de puertas adentro, se desafiaba la actividad normal de cualquier centro docente[4]. “Non schola, sed contubernium” (“no escuela, sino contubernio”) comentaba Séneca[5]. Y este es el consenso de todos los investigadores del asunto: que el jardín de Epicuro fue una comunidad cuyos miembros experimentaron relaciones escandalosas para las costumbres y peligrosas para el poder instituido. Nuestra elección, por tanto, no es del todo caprichosa. Hay un parecido familiar, rasgos del Jardín de Epicuro reconocibles en Hebra, como el hoyuelo del abuelo en el mentón de la nieta.

Parece mentira que, bajo esa denominación botánica y dominical (“El Jardín de Epicuro”), se fundara el centro de operaciones subversivas más persistente del mundo antiguo. Diógenes Laercio destacó “la sucesión de su escuela, la cual permanece sin interrupción de maestros a discípulos, cuando todas las otras han acabado”[6]. Los Jardines se expandieron como una franquicia exitosa durante siglos. Según el mismo Diógenes Laercio, los amigos de Epicuro “eran en tan gran número que ya no cabían en las ciudades”. En el 44 a.C., Cicerón se queja de que los escritos epicúreos “ocupaban Italia entera” y achaca envidiosamente su popularidad a la fácil lectura, que “goza del favor de los incultos”[7]. En el siglo I, la visita evangélica de Pablo de Tarso a Atenas es arruinada por el público epicúreo, que se parte de risa cuando el apóstol empieza a hablar de muertos resucitados[8]. Del año 368 (es decir, 674 años después de la fundación del primer Jardín) conservamos una carta del Emperador romano Juliano II que dice:

Que no haya un libro de Epicuro ni de Pirrón[9]

 Así se explica que no haya llegado a nuestras manos ninguno de los trescientos libros escritos por el filósofo[10]. En parte es responsable el tiempo, que todo lo borra, pero en una parte no menos dañina son responsables los bibliotecarios oficiales, que tienden a no conservar cuanto puede perjudicarles[11].

Hay estudiosos del epicureísmo que opinan que la idea del Jardín no era revolucionaria, que carecía de un plan de transformación general de la sociedad. No estamos de acuerdo. Lo que sucede más bien es que el plan epicúreo no coincide con el de los investigadores, que no acaban de creerse que se pueda transformar una sociedad ignorando al Estado. Pero el universalismo de Epicuro se condensa en una frase que evoca (y mejora) el comienzo del manifiesto comunista:

La amistad recorre en danza el mundo habitado y, como un heraldo, nos da a todos la proclama de que despertemos a la celebración de la felicidad[12]

¿Es posible que Marx se inspirara en esta frase de Epicuro para su célebre “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo”? Es perfectamente posible. Carlos Marx fue doctor en filosofía y su tesis doctoral versó sobre Epicuro[13], de quien fue mal aprendiz, por cierto, pues su estrategia de participación en las instituciones del Estado fue la causa de que el movimiento obrero se partiera en dos y hoy tengamos que distinguir entre un comunismo libertario y un comunismo autoritario.

Epicuro es el precursor de la lucha revolucionaria moderna, la del libre asociacionismo que se empeña en construir alternativas al margen de las caducas instituciones estatales. En palabras del mismo Epicuro:

 Hay que liberarse de la cárcel […] de la política[14].

Los epicúreos se conjuraron para no participar jamás en el Estado y cumplieron su promesa[15]. Como dijo maliciosamente Diógenes Laercio, sufrían un “exceso de honestidad”:

[…] el mismo Epicuro por un exceso de honestidad se abstuvo de la política.

La alternativa al Estado fueron los Jardines, espacios donde se construía un sistema propio de relaciones sociales y de seguridad social sobre la sólida base de la amistad.

[…] la amistad epicúrea supone, frente a la tradicional organización política, la versión del individuo en el espacio de la colectividad[16].

Para los epicúreos, la unión y la solidaridad estaban implícitas en la “philia”, un término que en su traducción convencional (“amistad”) omite profundas connotaciones políticas.

Los epicúreos son los primeros internacionalistas de que tenemos constancia y el “amigo” epicúreo es el equivalente a los términos “camarada” o “compañero” usados por internacionalistas más recientes:

La escuela estaba abierta a todas las personas: hombres o mujeres, esclavos o libres, ciudadanos o extranjeros, griegos o bárbaros[17].

 Desde el Jardín de Atenas, zona cero de la amistad, la onda expansiva se sintió hasta en Egipto:

 Los escritos que han llegado hasta nosotros nos informan del alcance del movimiento en vida del fundador. Se mencionan cartas «a los amigos de Lampsaco», «a los amigos de Egipto», «a los amigos de Asia», «a los filósofos de Mitilene[18]».

 Los investigadores coinciden en que los Jardines se constituían como redes de apoyo mutuo:

Los epicúreos se ayudaban económicamente unos a otros, y no se recataban en los apuros de solicitar esas ayudas. […] la libertad de corresponder estaba condicionada sólo por el afecto recíproco y la sincera adhesión entre ellos. La correspondencia con otros círculos epicúreos muestra que esa «conspiratio amoris», esa conspiración afectuosa, era la base de la relación entre los discípulos, y que la atmósfera afectuosa del Jardín se expansionaba en otros círculos[19].

 Todavía hoy, desde el hormigón de siglos en que están enterrados, los Jardines continúan irradiando señales, como un plutonio revolucionario. Hay una vigencia en este proyecto de hace dos mil años, cierta vitalidad que haría viable la apertura de un Jardín epicúreo en Rivas-Vaciamadrid y que tiene que ver seguramente con el período histórico conocido como “helenismo”. El ambiente del helenismo es ya el ambiente de la modernidad:

El hombre estaba a merced de la nueva diosa Tyche: la diosa del azar y de la arbitrariedad, pero, sobre todo, estaba a la merced del hambre, de la miseria económica, de la violencia, de los frecuentes asedios a que, por ejemplo, fue sometida Atenas, de los cambios repetidos en sus instituciones, de la voracidad con que los partidos que accedían al poder esquilmaban las ya vacías arcas del Estado, de la arbitrariedad de los subalternos tiranos que la gobernaban. Esta situación de inestabilidad, ante la que sólo la resignación temerosa podía ofrecer un exiguo consuelo, llevaba consigo un deterioro del pensamiento, de la independencia intelectual, de la libertad[20].

El individualismo se acendró como se acendra siempre en los naufragios, al grito de “¡sálvese quien pueda!”:

Desapareció la solidaridad entre los miembros de la comunidad cívica, a medida que aumentaba la lucha de clases en su aspecto más primario, el del enfrentamiento entre ricos y pobres, desposeídos y en paro, más desamparados a menudo que los obreros esclavos. […] Junto a este paulatino sentimiento de disociación de los antiguos vínculos cívicos surge una notoria sensación de inseguridad frente a un mundo que ha dejado de ser claro, limitado y preciso. Y como respuesta se desarrolla un creciente individualismo. En la crisis ciudadana el individuo trata de procurar sólo por sí mismo, por su familia y sus bienes, desentendiéndose de los demás[21].

El experimento epicúreo se podría interpretar incluso como la primera lucha organizada contra un cáncer más antiguo de lo que pensamos, la globalización:

Entre las características de esta época se señalan, también, las grandes modificaciones sociales y políticas que la conmueven; por ejemplo, el abandono del ideal de la polis. Efectivamente, las conquistas de Filipo y de Alejandro transformarán el suelo de Grecia y, con ello, el ámbito de referencias del individuo hacia su comunidad. La batalla de Queronea, en el año 338 a. C., con el triunfo de Filipo de Macedonia sobre la coalición griega, alentada por Demóstenes, supone una fecha capital en esta transformación. Este cambio, en el que la polis pierde su autarquía y empieza a sentirse como provincia de un gran imperio, de un vasto e inalcanzable territorio, implica al mismo tiempo el nacimiento de una nueva mentalidad.

 Concebida la polis como un ámbito por cuyo diseño habían luchado las grandes construcciones teóricas de Platón y Aristóteles, se encontró, de pronto, ante unos hechos sociales para los que ya no había posibilidad de discurso teórico. Una filosofía nueva tendría que abordar la configuración de una nueva forma de colectividad[22].

“Una filosofía nueva tendría que abordar la configuración de una nueva forma de colectividad” … Y aquí es donde entra la filosofía del placer. Frente al miedo paralizante al dolor, infundido por dioses y gobernantes, los epicúreos se propusieron la meta subversiva del placer. Un placer en sus propios términos, innegociable, inaplazable, que no tenía nada que ver con las falsificaciones que los anunciantes venden en los mercados. El ejercicio del placer afina los sentidos, no los abotarga, y los epicúreos llegaron a ver más lejos que nadie (por ejemplo, avisaron del consumismo y la generación masiva de necesidades artificiales dos mil años antes de la invención de la televisión). El placer es la aportación trascendental de Epicuro a la última gran revolución europea. Nos referimos a aquella eclosión de Asociaciones Libres que hoy se exponen disecadas en las vitrinas de los museos capitalistas con la etiqueta “mayo del 68”. La combinación de placer y acción colectiva de las décadas de los 60 y 70 fue inequívocamente epicúrea. Por eso, quizá, se llamó “guarras”, “vagas” y “pervertidas” a las habitantes de las comunas sesenteras[23], adjetivos con que casualmente el establishment macedonio había denigrado antes a los habitantes del Jardín (de ahí que el poeta Horacio se describiera irónicamente a sí mismo como un “cerdo de la piara de Epicuro”). La acción de los Jardines empujó al Imperio Romano a introducir en su código penal un delito asombroso: el “tráfico de placeres”[24]. ¿Qué movimiento revolucionario de cualquier edad ha conseguido esto? ¿Qué hicieron en los Jardines para que el Estado tuviera que tipificar el placer epicúreo como delito penal?

Literalmente, los epicúreos se entrenaban para el placer. Algunas de sus rutinas, practicadas siempre que el tiempo lo permitía al resguardo del Jardín, son bien conocidas. Enumeraremos las siete más interesantes.

  1. Lenguaje.

Es imposible vivir para el placer o la libertad si no se definen claramente el placer y la libertad. Como toda comunidad rebelde consciente de serlo, los epicúreos pusieron patas arriba, antes que nada, las palabras.

Libertad quiere decir desarraigo de todos aquellos nudos ideológicos, mitos, ritos religiosos, prejuicios culturales, interpretaciones tradicionales, aposentadas sin crítica en el lenguaje […] Éste es el punto en el que incide la filosofía de Epicuro en el contexto general del pensamiento antiguo.

 […] Ser humano es saber que las palabras no tienen sentido sino en el contraste y en la plena publicidad y liberación que permite el encuentro con los otros: el diálogo.

 […] Dominar a los hombres no es tanto establecer, a través de instituciones,

prohibiciones, violencias, los límites que el dominador no quiere que sean traspasados, cuanto apoderarse de su posibilidad de pensar, para que en un futuro no sea ya necesario indicar fuera de nosotros estos límites; porque, insensiblemente, nos habremos convertido en una pura limitación[25]. 

  1. Ciencia.

De las cuarenta y pico obras perdidas de Epicuro, treinta y siete son una exhaustiva enciclopedia científica titulada “Sobre la naturaleza”. Para los epicúreos la ciencia era la confianza en la naturaleza. Sin esa confianza, se sentían expuestos a la superstición y al miedo, causas de graves dolores. Sin ciencia, concluyeron, no hay placer.

No resulta posible liberarse del temor ante las más definitivas preguntas sin conocer cuál es la naturaleza del universo y perder así el recelo ante algunas de las creencias de los mitos. De modo que sin la investigación de la naturaleza no es posible recoger placeres puros[26].

Con astucia metódica (el precedente del método científico), lo primero que estudiaron fueron nuestros sentidos, el cableado que nos conecta a la naturaleza. Estudiaron los procesos por los cuales sentimos dolor o placer y nos representamos la realidad. Una vez reposada la epistemología básica, su propia teoría del conocimiento, pasaron a preguntarse por el origen del cosmos, la composición de la materia, el movimiento de los cuerpos, etc.[27] Y en los Jardines se barajaron respuestas que maravillan hoy como intuiciones corroboradas, premoniciones de astrofísica y mecánica cuántica, como el Universo infinito y en perpetuo movimiento por el que fue condenado a la hoguera católica el epicúreo Giordano Bruno en el año 1600.

Los epicúreos fueron científicos por exclusión, porque se negaban a fundar un Jardín o cualquier otra cosa sobre la superstición religiosa, pero la ciencia no fue en ningún caso un fin para ellos; fue sólo un instrumento para el placer (que, en su paladar, no lo olvidemos, tenía una textura ética, olía y sabía como el bien). Su hipótesis fue siempre la libertad, y trabajando sobre esta hipótesis hicieron el descubrimiento del “clinamen”, el átomo rebelde de los epicúreos que ha sido relacionado con el principio de incertidumbre de Heisenberg y que ha pasado a la posteridad como su propuesta científica más innovadora. La teoría del clinamen sirvió a los epicúreos para desobedecer tanto a la providencia de sotana negra como al determinismo de bata blanca. Y si les obligaban a elegir se quedaban siempre con la opción que les daba una remota posibilidad de elegir:

Pues sería mejor prestar oídos a los mitos sobre los dioses que caer esclavos de la Fatalidad de los físicos. Aquéllos esbozan una esperanza de aplacar a los dioses mediante el culto, mientras que ésta presenta una exigencia inexorable[28].

Los efectos del determinismo presentido por Epicuro son la tiranía tecnológica y el cientifismo, la ciencia por la ciencia, que no cura el miedo ni nos da las coordenadas del placer y el dolor humano, tan necesarias para cualquier mapa ético:

Si nada nos perturbaran los recelos ante los fenómenos celestes y el temor de que la muerte sea algo para nosotros de algún modo, y el desconocer además los límites de los dolores y de los deseos, no tendríamos necesidad de la ciencia natural.

Desgraciadamente, la división entre una ciencia necesaria y otra innecesaria no puede estar más de moda, ahora que la última nos ha puesto en peligro de extinción (una situación imprevista hasta para los intuitivos epicúreos).

  1. Espiritualidad.

A la vez, [Epicuro] dio alcance a la religión, la puso bajo los pies del hombre y la pisoteó. Su victoria nos elevó a los cielos.

La interpretación más aceptada de estos versos de Lucrecio es esta: el placer espiritual (el “elevarse a los cielos”) llega después de superar la superstición religiosa[29]. Los epicúreos eran devotos de la diosa naturaleza, de la que se sentían parte plena. Por eso el portavoz más elocuente de la fe de Epicuro no fue el poeta Lucrecio sino el científico Einstein[30]:

El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido. Esta experiencia de lo misterioso —aunque mezclada de temor— ha generado también la religión. Pero la verdadera religiosidad es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros, saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la Belleza más resplandeciente solo asequibles en su forma más elemental para el intelecto.

 En ese sentido, y solo en este, pertenezco a los hombres profundamente religiosos. Un Dios que recompense y castigue a seres creados por él mismo que, en otras palabras, tenga una voluntad semejante a la nuestra, me resulta imposible de imaginar. Tampoco quiero ni puedo pensar que el individuo sobreviva a su muerte corporal, que las almas débiles alimenten esos pensamientos por miedo, o por un ridículo egoísmo. A mí me basta con el misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente, con la honesta aspiración de comprender hasta la mínima parte de razón que podamos discernir en la obra de la Naturaleza[31].

 Esta mezcla de admiración y experiencia gozosa del misterio que es la vida son el fuego inextinguible de la espiritualidad epicúrea y esperamos que sean el nuestro, aquí en Hebra.

  1. Educación libre.

Los Jardines eran escuelas libres análogas a nuestras escuelas libres, puesto que se habían desvinculado completamente de la paidea, una especie de educación oficial de la antigua Grecia impartida por entidades como el Liceo o la Academia. La paideia era la cadena de montaje donde se formaban los cuadros profesionales de la polis[32]; era el adoctrinamiento de los ciudadanos para la obediencia a las autoridades civiles y religiosas; era la instrucción en retórica, el arte de engañar mediante el lenguaje; era la iniciación en complejos conocimientos teóricos de matemáticas y geometría sin atender a su fin ético o utilidad social; era la exacerbación de la competencia por la obtención de cargos y honores… Todo eso era la paideia ¿No resulta incómodamente familiar?

En definitiva, lo que Epicuro proponía en el terreno de la educación griega, suponía un cambio radical. Esto es, apartándose de una paideia nacida de y para la polis, […] El Epicureísmo repudiaba así la forma tradicional griega de transmisión del saber en favor de un aprendizaje directo en el Jardín, que constituía la única garantía del conocimiento de la verdadera filosofía[33].

Para la filosofía epicúrea, ciencia de la felicidad, la educación en el libre pensamiento es una condición más del placer, un placer tanto más intenso cuanto es producto del diálogo entre amigos y la cooperación:

Quien es consciente de los límites de la vida sabe cuán fácil se obtiene lo necesario para carecer de dolor y lo que deja colmada una vida entera, de modo que para nada reclama cosas que conllevan luchas competitivas.

  1. Propaganda

Un movimiento tan vitriólico como el del Jardín no puede durar siete siglos sin una actividad propagandística incesante y eficaz. De hecho, la secta con el aparato propagandístico acaso más exitoso de la historia, la Iglesia católica, copió en su fase de lanzamiento la estrategia de comunicación epicúrea[34]. Un Jardín era una centralita, un recinto ferial para conferencias y debates, una oficina de correos, una redacción de noticias de última hora, la editorial de novedades filosóficas y científicas… Los epicúreos fueron infatigables productores y transmisores de contenidos. Fueron también firmes partidarios de la propaganda por el hecho, de demostrar con el ejemplo que su teoría era hacedera, aunque en aquel entonces esta forma de propaganda se llamaba “pragmatismo”. No nos referimos al pragmatismo actual que consiste en desechar principios y objetivos complicados, acomodándose a unos más llevaderos. En aquellos tiempos, los pragmáticos eran quienes demostraban coherencia entre sus principios y objetivos sin reparar en dificultades:

Pragma significaba para los griegos no sólo el hecho real, «lo que se hace», sino, principalmente, esa perspectiva teórica desde la que entender las cosas, en función de un posible y nuevo trato con ellas[35].

 Las vidas de los epicúreos son ejemplares en un sentido casi publicitario: son el escaparate de sus ideas. A propósito del pragmatismo de Epicuro, por cierto, conservamos un documento muy significativo. En el día de su muerte[36], Epicuro escribió una nota de despedida a su amigo Idomeneo en la que ignora olímpicamente el dolor agónico y se agarra por última vez al clavo ardiendo del placer:

Mientras transcurre este día feliz, que es a la vez el ultimo de mi vida, te escribo estas líneas. Los dolores de mi estómago y vejiga prosiguen su curso, sin admitir ya incremento su extrema condición. Pero a todo ello se opone el gozo del alma por el recuerdo de nuestras pasadas conversaciones filosóficas.

  1. Autarcía

No confundir con autarquía. La autarquía es etimológicamente el autogobierno, una práctica política implícita en las tesis del internacionalismo epicúreo. La autarcía es la autosuficiencia. Es una práctica económica, no política, comparable a nuestra autogestión:

 La autosuficiencia es la mayor de las riquezas[37].

La consecuencia más valorada de la autarcía es la libertad, sin la cual no hay placer:

 El mejor fruto de la autarcía es la libertad[38]

Sin necesidad de un master en Economía ni de complejos algoritmos matemáticos, los epicúreos dieron con la fórmula sencilla de la autosuficiencia, que es a la vez la fórmula de la sostenibilidad ecológica:

El que pone el oído a la naturaleza y no a las vanas opiniones será siempre autosuficiente. Porque en relación con aquello que por naturaleza es suficiente, la más mínima adquisición es riqueza, y en relación con los deseos ilimitados, la mayor riqueza es pobreza[39].

No se puede decir más con menos. Repetimos: “en relación con aquello que por naturaleza es suficiente, la más mínima adquisición es riqueza, y en relación con los deseos ilimitados, la mayor riqueza es pobreza”.

Los epicúreos catalogaron los deseos en tres grandes categorías:

De los deseos los unos son naturales y necesarios; los otros naturales y no necesarios; y otros no son ni naturales ni necesarios, sino que se originan en la vana opinión[40].

A cada tipo de deseo, después de ser saciado, le sigue un placer del mismo tipo. Por ejemplo, un placer natural y necesario es beber agua cuando se tiene sed. Un placer natural y no necesario es beber una pepsi cola cuando se tiene sed. Un placer ni natural ni necesario es beber sin sed un Chivas treinta años. Los epicúreos no tenían nada contra la sed de Chivas en sí misma, pero sabían de sobra que los placeres ni naturales ni necesarios suelen traer cola:

 Ningún placer es por sí mismo un mal. Pero las causas de algunos placeres acarrean muchas más molestias que placeres[41].

Fueron de los primeros en introducir el cálculo de probabilidades en Economía, por no decir los primeros:

 Debe confrontarse todo deseo con esta pregunta: ¿qué me sucederá si alcanzo lo que es objeto de mi deseo y qué me sucederá si no?[42]

También introdujeron novedosos criterios de optimización del tiempo empleado:

 Y así como en su alimento no elige en absoluto lo más cuantioso sino lo más agradable, así también del tiempo saca fruto no al más largo sino al más placentero[43].

Y comprobaron que, estadísticamente, las ratios que arrojan más beneficios son las que más se aproximaban a la horquilla “natural y necesario” (ratio deseo/placer, ratio deseo/tiempo de trabajo, etc.) Por eso decíamos arriba que los epicúreos avisaron del consumismo y la generación masiva de necesidades artificiales dos mil años antes de la invención de la televisión. Estaban convencidos de que las exigencias de consumo de una economía movida por el ansia de enriquecimiento eran causa segura de infelicidad. De modo que decidieron vivir con extraordinaria simplicidad (“se contentaban con una cótila[44] de vino común y cualquier agua les servía de bebida”[45]) para lograr la autarcía:

 Así que la autosuficiencia la consideramos un gran bien, no para que en cualquier ocasión nos sirvamos de poco, sino para que, siempre que no tengamos mucho, nos contentemos con ese poco, verdaderamente convencidos de que más gozosamente disfrutan de la abundancia quienes menos necesidad tienen de ella, y de que todo lo natural es fácil de conseguir y lo superfluo difícil de obtener[46].

En el huerto del Jardín se plantaron verduras de temporada (berzas, rábanos, nabos, remolachas, lechugas, cilantro, hinojo, berros, puerros, apio, cebollas, albahaca, perejil…) y en cantidad suficiente para lograr la autarcía comunitaria, pues es fama que cuando Demetrio asedió Atenas en el 295 a.C., bloqueando los puertos de la ciudad, los epicúreos se bastaron con la cosecha de habas de su Jardín[47].

  1. Colectivizaciones

El lema “cada cual, según su capacidad; a cada cual, según su necesidad”, enarbolado por los socialistas revolucionarios del siglo XIX y ahora por nosotras, es tan inconfundiblemente epicúreo que esperamos de un momento a otro el hallazgo arqueológico de un papiro que confirme su antigüedad.

Tenemos constancia de que Epicuro aplicó a rajatabla el lema intemporal y no sólo en lo material. En lo intelectual también produjo lo que pudo y tomó cuanto necesitó:

[…] son también tantas las citaciones y pasajes de autores que incluye en sus obras, que hay libros enteros que no contienen otra cosa[48].

La concepción epicúrea del conocimiento es netamente colectivista:

 […] la utilización del mundo, la invención de objetos, la organización de la experiencia, es un problema colectivo. Las experiencias del individuo, su inventiva e ingenio, se insertan y valoran, automáticamente, en el seno de la comunidad a la que pertenece. El trabajo, pues, como término que sintetiza esta actividad sobre la naturaleza, es, sobre todo, un empeño social, una organización, en principio, solidaria[49].

En los Jardines todo estaba a disposición de todos, como el conocimiento, siguiendo el precepto de Pitágoras “koiná ta ton philon” (“las cosas de los amigos son comunes”). Era tal la confianza que tenían entre ellos, que preferían no constituir formalmente las comunidades de bienes, como era costumbre entre los pitagóricos, por considerarlo una impertinencia innecesaria[50]. La Economía de los Jardines tenía dos fuentes de ingresos, una interna y otra externa. La interna constaba principalmente de contribuciones de los amigos. Un ejemplo ilustrativo de cómo cada cual daba en función de su capacidad es el Jardín piloto, el de Atenas, que se pagó íntegramente con aportaciones de amigos de la ciudad de Lampsaco. Estos eran militantes, pero también había simpatizantes adinerados, epicúreos vocacionales que no se atrevían a dar el salto a la vida de los Jardines y cuya forma de apoyar a la causa era efectuar donaciones o hacer favores.  La financiación externa consistía en estos regalos en efectivo o en especie. No se tienen datos fiables sobre el peso específico de esta partida en la Economía de los Jardines. Atendiendo a lo dicho en el punto anterior sobre la autarcía, nos inclinamos a pensar que los epicúreos evitaban depender de ellos, aunque no los rechazaban.

Todo esto era puesto en común. Pero todo esto era sólo una ínfima parte de lo que había que poner en común. Para los epicúreos, colectivizar era mucho más que una operación política o económica. El proyecto colectivizador trasciende las esferas de la autarquía y de la autarcía. Incluye la recuperación de la naturaleza, de la que nos arrancaron cuando los mercaderes enajenaron la Tierra y la convirtieron en propiedad. Volver a la naturaleza es una forma primigenia de colectivización desde el mismo momento en que revertimos el proceso de privatización de lo que era más íntimamente nuestro:

Sumido en plena naturaleza el cuerpo era también en sí mismo naturaleza[51].

Los Jardines ensayaron una colectivización integral (no sólo de medios económicos o políticos) que, fundada en el placer de la amistad, transgredió las fronteras estatales y la división de clases sociales. Se puede decir, extendiendo el radio de acción de la “conspiratio amoris” denunciada por Cicerón, que el epicureísmo fue la primera conspiración internacional del amor. Congregados en torno al fuego, los amigos de Epicuro comparten juegos, motivos, inquietudes, besos, canciones, sueños… Este es un aspecto fundamental de los Jardines que nos hemos propuesto rescatar en Hebra. Más que un propósito, es una apuesta vital. Nos va la vida en ello.

  

[1] Cicerón. Del supremo bien y del supremo mal.

[2] Unos 800.000 €, al cambio de hoy.

[3] Diógenes Laercio. Vida de los filósofos más ilustres. Libro X.

[4] Las escuelas de filosofía eran asociaciones privadas calificadas de utilidad pública en las que el Estado no interfería. En “Epicuro y Atenas: La creación de una comunidad identitaria distinta de la polis”, de José Pascual, puede encontrarse información sobre la cuestión.

[5] Cuando Séneca decía “Non schola, sed contubernium” no lo decía a la ligera. La palabra contubernio (contubernium) tenía dos significados muy concretos en el latín de Séneca. Por un lado, era una agrupación militar de ocho soldados romanos que lo compartían absolutamente todo: tienda de campaña, impedimenta, mula, etc. Incluso cama. La tienda de campaña de un contubernio tenía sólo seis camas porque había instalada afuera una guardia permanente de dos hombres. Por otro lado, un contubernio era una unión conyugal entre personas libres y esclavos. A estas uniones civiles se les llamaba “contubernios” porque los esclavos no podían contraer matrimonio, un privilegio reservado a la ciudadanía.

[6] “Según el Léxico de Suda catorce escolarcas epicúreos se sucedieron durante doscientos veintisiete años”. Epicuro y su escuela. Marcelino Rodríguez Donís.

[7] Cicerón. Disputaciones Tusculanas.

[8] Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos disputaban con él; y unos decían: ¿Qué querrá decir este palabrero?  Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses; porque les predicaba el evangelio de Jesús, y de la resurrección. […] Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos hablar acerca de esto otra vez. Hechos, Capítulo 17, versículos 18 a 33. Esta afrenta al inventor del catolicismo nunca fue olvidada y el adjetivo “epicúreo” se empleó como una palabrota (con el significado peyorativo de “ateo”) en los cenáculos cristianos de años venideros.

[9] «Pero nada impide que se los cite como ejemplo de la clase de libros de que deben apartarse los sacerdotes. Y si nos referimos a los libros, mucho más a tales pensamientos», concluía el emperador. La carta está dirigida al Gran Sacerdote de Asia Teodoro.

[10] Epicuro escribió multitud de tratados; sus obras llegaban al medio centenar y ocupaban más de trescientos rollos de papiro (el equivalente de nuestros libros). Diógenes Laercio, al consignar este hecho, afirma que superó a los demás filósofos en la extensión de sus escritos (X, 19). De toda esa vasta literatura tan sólo tres cartas, con carácter de parciales breviarios, y un puñado de sentencias escogidas nos ha transmitido la tradición (aparte de algunos fragmentos recobrados en los carbonizados papiros de Herculano). El resto de sus textos desapareció, probablemente antes del siglo IV d.C. Carlos García Gual. “Epicuro”.

[11] El pronto y casi total naufragio de los escritos de Epicuro resulta significativo -sobre todo si lo comparamos con la amplia conservación de los diálogos platónicos y de los tratados aristotélicos-. Es el resultado no de la desidia secular, sino de la censura implacable que los rivales en la enseñanza filosófica y los enemigos desde la perspectiva ideológica general ejercieron sobre la obra epicúrea, [negadora de] la Providencia divina y el Orden social basado en la obediencia a la Religión y al Estado. Carlos García Gual. “Epicuro”.

[12] Epicuro (Sentencia Vaticana nº52)

[13] K. Marx, Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza entre Demócrito y Epicuro, tesis doctoral presentada en 1843.

[14] Epicuro (Sentencia Vaticana nº58)

[15] Hay que reseñar que en más de 500 años de escuela −el tiempo que media entre Epicuro y Diógenes de Enoanda−, no hay ningún cambio fundamental en su doctrina. Javier Antolín Sánchez. Influencias éticas y sociopolíticas del epicureísmo en el cristianismo primitivo.

[16] Emilio Lledó. El Epicureísmo.

[17] Schloz. P. Der Philosoph und die Politik. Sacado de Javier Antolín Sánchez, Influencias éticas y sociopolíticas del epicureísmo en el cristianismo primitivo. El internacionalismo fue determinante para la proliferación de Jardines. Marcelino Rodríguez Donís (Epicuro y su escuela) comenta: Lo cierto es que la escuela epicúrea se extendió por todas partes, fundando comunidades como la del Jardín en los más alejados lugares. Es comprensible que así fuese porque, como dice Lactando (U s. 227), se dirigía a todas las capas sociales: a los incultos (rudes omnium litterarum), a los trabajadores, a los labriegos, a las mujeres (opifices, et rusticos et mulieres) y a todo el género humano (omnes qui formam humanam gerunt).

[18] Benjamín Farrington. La rebelión de Epicuro.

[19] Carlos García Gual. Epicuro. Emilio Lledó apunta como detonante de estos sistemas de apoyo mutuo la precariedad e inseguridad agudas del período histórico: Es muy posible que la situación de Grecia, en los años en que empieza a extenderse la «doctrina» epicúrea, obligase a establecer un cierto sistema de ayudas en los desgarramientos sociales que por entonces se produjeron.

[20] Emilio Lledó. El Epicureísmo.

[21] Carlos García Gual. Epicuro.

[22] Emilio Lledó. El Epicureísmo.

[23] El inevitable paralelismo con las comunas se menciona expresamente en el Epicuro de Carlos García Gual: Pero sin demorarnos más en la comparación entre la vida en el Jardín y algunas «comunas» de varia ideología, podemos señalar cómo «el malestar en la cultura» (por utilizar un término freudiano que Epicuro habría matizado), la desconfianza en la actuación política como camino para una felicidad natural, la «contestación» a la educación tradicional con toda su trasmisión de retórica vacua, y la adopción del lema básico del hedonismo (que el placer es el bien supremo en un mundo intrascendente), evocan en nuestro entorno la pervivencia de la lección de Epicuro.

[24] Casi por el mismo tiempo el Senado romano expulsó de la ciudad a dos discípulos de Epicuro, Alceo y Filisco, bajo la acusación que frecuentemente utilizaba contra todos los epicúreos, literalmente, «por introducir placeres». (Ateneo, XII, 547.) Benjamín Farrington. La rebelión de Epicuro.

[25] Emilio Lledó. El Epicureísmo.

[26] Epicuro (Máxima Capital nº12)

[27] Farrington asegura que “El sólido combate de Epicuro para introducir la prueba experimental en la física jugó un papel importante en el nacimiento de la ciencia moderna”.

[28] Epicuro. Carta a Meneceo.

[29] No era por tanto el materialismo de Epicuro, como podemos juzgar por él y a su favor, ningún impedimento a la real veneración de la divinidad, sino, al contrario, la liberación de la mirada para la más pura contemplación de lo divino. Pues en cuanto él no reconoce ningún tipo de poder divino en este mundo, excluye todo temor y esperanza, todo beneficio particular de la veneración de la divinidad y le deja sólo y para siempre su función original: la contemplación y veneración de lo divino. W. F. Otto, «Lust und Einsicht: Epikur», en Die Wirklichkeit der Gotter, Hamburgo, 1963, pp. 42-43. Cita sacada de Carlos García Gual, Epicuro.

[30] Einstein prologó en 1923 una edición traducida al alemán del “De Rerum Natura” de Lucrecio, un poema del siglo I a.C., compuesto de seis libros y seis mil versos, en que el poeta expuso fervorosamente la doctrina de Epicuro.

[31] Albert Einstein. Mi visión del mundo.

[32] En el fatigoso estudio monográfico titulado Paidea, el autor Werner Jaeger levanta acta de la relación entre paideia y Estado: Como vimos, la esencia de la educación consiste en la acuñación de los individuos según la forma de la comunidad. […] en el mejor periodo de Grecia, era tan imposible un espíritu ajeno al Estado como un Estado ajeno al espíritu. […], los verdaderos representantes de la paideia griega no son los artistas mudos –escultores, pintores, arquitectos-, sino los poetas y los músicos, los filósofos, los retóricos y los oradores, es decir, los hombres de Estado.

Las más grandes obras del helenismo son monumentos de una concepción del Estado de una grandiosidad única, cuya cadena se desarrolla, en una serie ininterrumpida, desde la edad heroica de Homero hasta el Estado autoritario de Platón, dominado por los filósofos y en el cual el individuo y la comunidad social libran su última batalla en el terreno de la filosofía.

[33] José Pascual. Epicuro y Atenas: La creación de una comunidad identitaria distinta de la polis.

[34] En la era cristiana, antes del decreto de Constantino, los epicúreos y los cristianos tenían mucho en común. Sus métodos de propaganda eran orales para ambos; igualmente, mantenían unidas sus dispersas comunidades por medio de una literatura epistolar; y, como el movimiento epicúreo había nacido tres siglos antes, es probable que los cristianos copiaran sus métodos. Ambas comunidades reflexionaron profundamente sobre el estilo que se debía emplear al dirigirse a un público extenso. Epicuro probó el usar las palabras en su acepción más corriente. […] Los Padres Cristianos, para ser entendidos por todos, también evitaron con frecuencia las formas más cultas del lenguaje. Benjamín Farrington. La rebelión de Epicuro.

[35] Emilio Lledó. El Epicureísmo.

[36] Diógenes Laercio relata así el suceso: Murió Epicuro de un cálculo renal por retención de orina, según cuenta Hermarco en sus cartas, después de catorce días de enfermedad. Cuenta precisamente Hermipo que entonces se metió en una bañera de bronce llena de agua caliente y pidió vino puro para echar un trago y, después de recomendar a sus amigos que se acordaran de sus enseñanzas, allí murió.

[37] Epicuro. Fragmento 476 de la compilación de Usener.

[38] Epicuro (Sentencia Vaticana nº77)

[39] Epicuro. Fragmento 202 de la compilación de Usener.

[40] Epicuro (Máxima Capital nº29)

[41] Epicuro (Máxima Capital nº8)

[42] Epicuro (Sentencia Vaticana nº71). En la carta a Meneceo, Epicuro se explaya sobre el cálculo: Por tanto, cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los viciosos o a los que residen en la disipación, como creen algunos que ignoran o que no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina […] Porque ni banquetes ni juergas constantes ni los goces con mujeres y adolescentes, ni pescados y las demás cosas que una mesa suntuosa ofrece, engendran una vida feliz, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección y rechazo, y extirpa las falsas opiniones de las que procede la más grande perturbación que se apodera del alma.

[43] Epicuro. Carta a Meneceo.

[44] Taza pequeña de dos asas, de uso común en las casas de la Grecia antigua.

[45] Ibíd. En otras fuentes: [sus amigos] venían de todas partes y vivían con él en el Jardín… llevando una vida extraordinariamente sencilla y moderada, pues —como Dioklés refiere — les bastaba con un vaso de vino y, por lo demás, su bebida era el agua.

[46] Epicuro. Carta a Meneceo.

[47] Atenas fue atacada en 295 por Demetrio que ocupó Eleusis, Ramnunte, Salamina y Egina y sometió la ciudad a un bloqueo naval. Durante este asedio Epicuro y sus discípulos se vieron obligados a alimentarse con las habas del Jardín. Epicuro y Atenas: La creación de una comunidad identitaria distinta de la polis. José Pascual.

[48] Diógenes Laercio.

[49] Emilio Lledó. El epicureísmo.

[50] Epicuro no consideró preciso depositar los bienes propios en común, de acuerdo con la máxima de Pitágoras de que los bienes de los amigos son propiedad común, pues decía que tal acción implica desconfianza y, si hay desconfianza, no hay amistad.  Diógenes Laercio.

[51] Emilio Lledó. El epicureísmo. La conversión epicúrea del cuerpo humano en campo de batalla está hoy más de actualidad que nunca, en tiempos en que el “biopoder” se manifiesta abiertamente como un programa integral de dominación mental y física, especialmente de los cuerpos de las mujeres. Por cierto, en los Jardines se sembraron semillas antipatriarcales que dos milenios después empiezan a dar algún fruto: Una de las singularidades del Jardín de Epicuro era que también las mujeres estudiaban filosofía, en igualdad con los hombres. Marcelino Rodríguez Solís. Epicuro y su escuela.